Política

Ciudadan@ del mundo

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Siento no poder entender los nacionalismos. Me temo que no me fue integrado en el chip, dadas mis circunstancias personales. Hija de emigrantes que tuvieron que dejar atrás su tierra y parte de su familia para poder sobrevivir, nacida en un país que me acogió mis primeros tres años; con doble nacionalidad durante los catorce primeros años de mi vida; también convertida en inmigrante no por necesidad, sino por amor hacia un extranjero, él mismo emigrante; madre de una hija que tiene doble nacionalidad… Es fácil entender por qué no entiendo los nacionalismos.

Cuando se trata de la petición de disgregación de un territorio porque parte de su población entiende que estarán mejor solos que mal acompañados, me duele el alma. ¿Hasta cuándo va a disgregarse la humanidad? ¿Cual va a ser su límite? Ciertamente, muchos pensarán que estarían mejor sin esos vecinos que hacen ruido por las noches, por ejemplo, que con ellos. Pero eso no significa que no aprendamos todos (los vecinos y uno mismo) a convivir entre nosotros para tolerarnos con nuestros acuerdos y desacuerdos.

Lo que la gente más convencida de disgregarse y las que radicalmente se oponen a la idea tienen en común es que toda esta parafernalia sirve para que unos sientan que los otros son los enemigos, creando odio entre ellos. ¿Para qué más? Pues para crear división, para desviar atención sobre otros asuntos que preocupan más y ocultar otros que pronto saldrán a la luz. ¿Quienes se benefician de todo ello? Pues, como siempre, los de siempre: los que adoctrinan hacia el odio por lo que no es igual a ellos (en la Alemania de los años 1930, se llamaba fascismo. Podemos llamarlo racismo ahora) se benefician porque, al convencer de la superioridad de los suyos, se convierten en líderes naturales que pueden manejar al pueblo a su antojo… y con ello, manejar como quieran todos los ámbitos de la vida de esa comunidad; por otro lado, los que niegan esa disgregación, desviando la atención sobre sus propias decisiones erróneas (a mi parecer).

Otro ejemplo que hemos olvidado en Canarias: el cacareado pleito insular. Desde 1927, las Islas Canarias fueron divididas en dos provincias, según el infame Real Decreto del 21 de septiembre. ¿Para qué ha servido todo esto? Simplemente para duplicar la burocracia y mantener a los mismos y los suyos en el poder. Y claro, como bien dice, Pedro Medina Sanabria: “los politicuchos sin escrúpulos no dudan en agitar el pleito insular, cuando consideran que les conviene a sus inconfesables designios, para así distraer y alejar al personal, de los verdaderos problemas que padecemos endémicamente.” No podría decirlo  yo más claro…

Se habla mucho de todo lo que consiguió Quebec al pedir la independencia en los años 80 y 90 del siglo pasado. Canadá lo resolvió con la Ley de Claridad, donde se especifica que se puede hacer un referendum para la independencia de una parte de su país… Eso sí, si parte de ese territorio decide por mayoría no independizarse, ésta no lo haría, desmenbrándose la parte que quiere independizarse en pequeños feudos. En Canadá sirvió: ¿Por qué no en otro lugar?

Todavía me acuerdo de cuando estuve en la Universidad de Coventry, en Inglaterra, estudiando Comunicación, Cultura y Medios de Comunicación que nos preguntaron a todos qué era lo más intrínseco de nuestro ser, eso que no puede ser arrebatado. Una compañera contestó rauda: “Ser británico”. La profesora le replicó que el Reino Unido podía ser invadido por cualquier país y dejar de serlo. La respuesta que ella buscaba era: ser persona.

Seamos más personas, por favor.

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