– ¡No es posible! Sabes que tenemos a Chico ya en casa – un gato que tenía ya seis meses, que compartía un piso de una habitación con nosotros.
– ¡Lo sé, pero es tan bonita!
Desde ese momento, Venus se integró perfectamente en la rutina de la familia. Era gracioso ver cómo Chico, el gato, y ella se ponían a jugar. Recién llegada era del mismo tamaño que el gato: en algo más de un mes ya había superado ese tamaño y su color preferente pasó a ser marrón. Hacía un par de trastadas, pero en seguida aprendía que no estaba bien hecho. Ese mismo año, la perrita se tomó mi plato de lentejas de Fin de Año (plato tradicionalmente denominado de buena suerte para el año entrante): ¿Qué iba a hacer, si se lo puse a su altura? Además, había que celebrar la fortuna que tuvo de que alguien la acogiera en su casa… Desde chiquitita ha tenido un instinto defensor y ha protegido las casas donde ha estado con sus ladridos: todavía me acuerdo de la manera tan ruidosa con la que nos recibió un día en casa, cuando estábamos todavía mudándonos a una casa con jardín. No tenía ni tres meses y ya daban miedo sus ladridos…
Venus tuvo que afrontar un momento decisivo en su vida: la llegada de una “cachorra humana” en su vida. Dejó de ser motivo de preguntas para dejar paso a esa nueva “intrusa”. Siempre ha sido muy respetuosa con ella, dado que sabía que todos nos íbamos a enfadar con ella si hacia algo malo a esa criatura.
Pronto cambió a un master por otro: mi pareja dejó de vivir en casa y yo tuve que afrontar el papel de líder. Poco a poco nos fuimos adaptando la una a la otra y aprendimos a convivir sin roces… En ese momento, a Venus se le daban los comandos en francés, aunque ahora es “bilingüe” y entiende en los dos idiomas. Se le enseñó a sentarse, acostarse y a dar la patita, a no subirse a los sillones para echarse una siesta… en fin, lo normal para un perro. Costó muchos trozos de queso adiestrarla, pero también paciencia, tiempo y cariño.
Una vez más, Venus tuvo que cambiar de casa y dejó atrás un cómodo jardín por una azotea grande, pero azotea al fin y al cabo. Fueron unos años un poco duros, donde su presencia se confinaba a la parte alta de la casa y a pocas salidas. Venus siempre ha aceptado los cambios con estoicismo. A ella le bastaba con saber que yo estaba allí y que, si salía, volvería a ese sitio.
En esos momentos, a Venus no le gustaba mucho que la mangonearan otras personas que no fuera yo. A veces se mostraba un tanto hostil con la pequeña, aunque no pasó más allá de un susto. Fueron un par de años duros, pero en los que me di cuenta que ella formaba ya parte de mi pequeña familia.