Estamos vendidas: en pleno siglo XXI y aún tenemos muchos obstáculos que saltar. Y los ejemplos están a la vuelta de la esquina. No hay que ir muy lejos para ver cómo una madre tiene que dejar de ser ella misma para dedicarse a sus hijos y , encima, tener que cuidar a un tercero como tal, cuando debería ser su pareja, su igual. Otras que hacen todos los quehaceres de la casa y se quejan luego de que sus parejas no ayudan porque no les dan la oportunidad a sus parejas de hacerlo. Mujeres que, aún haciendo un trabajo similar, sus salarios son más bajos que los de los hombres. Mujeres que no terminan de trabajar, aún cuando su jornada laboral terminó hace horas…
Vengo de una línea directa de mujeres trabajadoras. Mi tatarabuela hacía trueques por esos montes de La Gomera hasta el puerto, ganando algo de dinero por el camino echando rezados para personas o animales. Mi abuela emigró con su familia y volvió a Canarias, donde se puso a trabajar en un negocio con su marido (mi abuelo). Mi madre trabajó en la Universidad de Caracas de secretaria siendo muy joven. Al volver a las islas, estuvo años de ama de casa. Después de unas oposiciones, logró un puesto como funcionaria, del que se retiraría con medalla de la ciudad. No puedo negar que en mis venas corre sangre de luchadoras.
Todo ello no pudo haberse hecho sin la colaboración de sus parejas (menos en el caso de mi tatarabuela: madre soltera con hijos de distintos padres a principios del siglo XX). Sin ellos, hubiera sido muy difícil ponerse a trabajar fuera de casa. En el caso de mi padre el cambio fue radical: pasó de no saber freír un huevo a dejar limpiar la cocina después de prepararnos algún almuerzo. En mi caso, no puedo dejar de agradecer la inestimable colaboración de mi pareja, atendiendo a mi hija (de una anterior relación) cuando tengo que trabajar por las tardes.
Sí, colaboración, no ayuda. Ya no vivimos en un mundo donde el hombre era el único que salía de casa a buscarse la vida y la mujer en casa, a sus labores. Ahora toca trabajar juntos, organizarse para poder tener una convivencia más sana. Complementarse en las tareas del hogar: yo limpio, tu haces de comer, por ejemplo… Y esta colaboración tiene que extenderse a los hijos. Si no es así, terminaremos teniendo y manteniendo a inútiles que no aprecian lo que se hace en el hogar para que estén más cómodos. Las labores del hogar son cosa de todos.
¿Qué pasa con esas mujeres con parejas que no tienen la suerte de que colaboren? Nada bueno, lo aseguro:
- Sensación de agobio, de no tener tiempo para todo
- Impotencia, al no poder sentirse valorada. Conozco casos en los que la mujer se separa después de dar oportunidades y las parejas, ajenas a todo, no entienden para qué, ya que han sido los que llevan el pan a casa.
- Desgana. Seamos serios aquí: ¿Quién quiere tener vida marital con alguien a quien tratas como a un hijo?
- Crisis de identidad. Si solo la mujer se dedica a a trabajar y a ser madre, nunca tendrá tiempo para ella misma y sus aficiones, perdiéndose por el camino
Dado que en España la conciliación familiar gatea en pañales, pongamos todos nuestro grano de arena dentro de nuestras casas y comencemos a darnos oportunidades, que nos las merecemos.
Y, ojo, esto sirve para todo tipo de familias…