
Superguanajas

A personal space to share thoughts. Un lugar personal para compartir ideas
Los que me conocen bien, saben de mi afición por las lenguas extranjeras. Los que me conocen más también saben que defiendo el español: el “spanglish” que muchas veces hablamos sin querer me resulta terrible. Sí, soy la contradicción andante. Hay veces que una palabra en inglés es difícil de expresarla en español… y ésta es una de ellas.
Conocí el significado de esta palabra hace un par de años tan sólo, cuando ya hacía tiempo que lo practicaba en mi vida y me encantó saber que no estaba sola en el mundo. “Downshift” es una filosofía de vida un tanto diferente del “corre-corre” de nuestros tiempos. La ley principal es que bajes de marcha en tu vida en general y aprendas a vivir el día a día más pausadamente… Muchas personas como yo lo estarán haciendo, a pesar de que no sepan el significado. Muchos otros se pensarán: ¿Cómo hacer esto?
Como siempre, los escandinavos están a la delantera. Parte consiste en dejar de ser tan avaricioso con el trabajo (eso de trabajar lo más posible para conseguir la mayor cantidad de dinero) y conformarte con lo suficiente para vivir… Ahora mismo me imagino a muchos poniendo las manos en la cabeza, como preguntándose: “¿Pero qué dice esta loca?”. Sencillamente, intentar una vida un poco más austera, la justa para vivir. Ni más, ni menos.
Entiendo que todos estamos atrapados en una sociedad consumista que nos “obliga” a comprar cosas, aunque podamos vivir sin ellas. Yo puedo ser la primera en caer, pero hago lo posible por no hacerlo. Para mí, es mucho más importante poder volver a casa del trabajo para atender a mi familia sin pensar en nada más. Lo más importante es haber sido provechoso en el tiempo en el que estamos en el puesto de trabajo. Como dice un experto, echarle horas al trabajo no implica productividad: hay que trabajar.
Yo era como la mayoría: quería mejorar mis condiciones económicas por encima de todo. Dejé un trabajo que era bastante agotador por otro peor. Las condiciones económicas que me prometieron eran halagüeñas y el horario razonable. Pensé que una mejora económica sería lo mejor para mi (en ese momento) reducida familia… Pues lo que conseguí al final fue perder un año de la vida de mi hija, ya que vivía para trabajar, una cita en conciliación laboral y otra en los juzgados, por que había sido estafada.
Aprendí de la lección y me fui a trabajar a otra por menos horas, pero mejor remunerada proporcionalmente. Quizá no podía permitirme ir de copas o de cenas todos los fines de semana, pero tenía más horas para mí y mi familia. Aprendí a ser feliz con menos dinero: ajusté mis gastos. Recuerdo perfectamente la llamada telefónica que le hice a la empresa que lleva la única tarjeta de crédito que llevo encima: la persona que me atendió no podía dar crédito a que yo quisiera bajar el límite de la tarjeta. Mi contestación fue muy clara: “mi nivel de vida ha bajado, así que mi límite debe bajar también”.
Ahora mismo estoy en un puesto de trabajo en el cual a las seis voy saliendo para disfrutar de la vida, que para eso estoy trabajando. Como dice el mejor jefe que he tenido en mi vida: “hay varios momentos en la vida (de un comercial): tiempo de espera para atender a un cliente, tiempo de burocracia, tiempo para atender a un cliente y tiempo para descansar”. Y eso es lo que hago cuando termino de trabajar: disfrutar de mi (ahora) ampliada familia.
(Publicado inicialmente en http://maritza-gonzalez.blogspot.com.es/2008/12/downshifting.html el 17 de diciembre de 2008)
¿Cómo hacer un artículo sobre el feminismo ahora que se está poniendo tan de moda? ¿Cómo hacer para que alguien que no lo entienda termine comprendiendo el por qué de su existencia? Y sobre todo: ¿por qué quiero que desaparezca?
A mi rescate vino una canción de Offspring, la primera que les escuché: Self Esteem. En ella se habla de una relación abusiva de pareja, donde ella era la que ninguneaba al chico, lo dejaba colgado, lo insultaba e incluso le ponía los cuernos con sus amigos… La situación parecía ridícula y hasta simpática en aquella época: ¡Menudo calzonazos! ¿Verdad?… hasta que le dabas la vuelta a la tortilla: ya no parecía una parodia ¿verdad? (Y con esto no estoy diciendo ni que los hombres sean todos iguales, ni que nosotras seamos siempre víctimas).
Así que he decidido que, al igual que en la canción, revertamos los roles para que los que no terminen de entender el por qué del feminismo. Quiero ahora que ustedes, los hombres, se imaginen un mundo en el que:
¿Necesitan más ejemplos al revés para darse cuenta? Podría poner muchos más, pero no quiero aburrir. Por todo esto y mucho más es por lo que deseo que el feminismo logre su meta única: hacer que una persona sea juzgada por ser persona, no por el género. Cuando esto suceda, automáticamente el feminismo dejará de existir, ya no tendrá razón de ser. Ese día (si lo pudiera vivir) será para montar una gran fiesta entre todos… Me temo que hay tanto por hacer que no participaré en ella, pero estamos en el camino: no dejemos de luchar.
(Inspirado en el artículo de Ana de Miguel, que dice muchas verdades)
¿Quién no ha visto el vídeo de Víctor Küpers en TedxAndorralaVella? No puedo estar más de acuerdo con él. Conocimiento y habilidades suman: la actitud multiplica a las dos anteriores juntas. El conocimiento y la habilidad se adquiere: la actitud, si no se tiene la suficiente para ser exitoso, es muy difícil de conseguir.
Para mí, la actitud es una motivación más para despertarme por las mañanas y hacer el trabajo que me toca hacer en el día. Es la electricidad que hace que me levante con ganas de comerme el mundo. La energía que hace que vaya hacia delante, nunca hacia atrás.
Admito que hay días en los que quiero comerme el mundo y otros (los menos) que la necesidad de reflexión y descanso me pueden y prefiero que alguien más se coma el mundo en vez de yo misma. ¿No es eso lo que nos hace humanos?
A lo largo de mi carrera profesional he tenido que trabajar con compañeros o atender a clientes con distintos niveles de actitud. Desde compañeros de trabajo que no les importaba el resultado final de un trabajo hasta otros que se enfermaban por su perfección; de clientes que exigían lo indecible para que se hiciera el trabajo correctamente a otros que les daba igual con tal de que se consiguiera un mínimo estandarizado.
¿Y qué decir en la formación? Ahí hay una gama de grises infinita. Lo veo en las generaciones de alumnos de Secundaria. Todos, en general, dicen que no les gusta estudiar, que prefieren hacer otras cosas. Sólo unos cuantos se toman en serio la formación porque se les ha abierto los ojos a la realidad y saben que su futuro pasa por estar lo mejor formados posibles: si no se forman adecuadamente, conocen las consecuencias y no quieren llegar a ser dependientes de otros económicamente u obtener trabajos poco remunerados. Después hay casos de alumnos de formación para adultos que quieren llegar a tener un puesto de trabajo mejor remunerado pero sin apenas hacer el mínimo esfuerzo.
El conocimiento se adquiere, la habilidad se practica, pero la actitud se cultiva.
En este post hablaré de mi propia experiencia laboral, que es de lo que conozco. En mi amplia carrera laboral he sufrido estos tres males, ya sea en carne propia o ajena. Me lo quiero tomar con cierto humor, aunque no es para nada broma.
Comencemos con el presentismo. A menos que tengas que atender al público, los horarios deberían ser flexibles: por el bien de todos y del rendimiento de la empresa. ¿De qué sirve tener a un empleado contratado por cuarenta horas semanales y haga cincuenta? Absolutamente de nada. Ya he hablado de las desventajas de este mal en otro post del Instituto Canario de Turismo. Como anécdota puedo contar que una vez estaba en una empresa donde se contabilizaban en qué se gastaban los minutos de trabajo. Cuando ya se conseguían las ocho horas reglamentarias, ya te podías ir a casa. Tuve una compañera que llevaba más tiempo que yo en la empresa y que me criticaba a las espaldas por irme a mi hora: ella se quedaba una hora más todos los días como media. Cuando se tuvo que hacer una reducción de personal, la despidieron a ella. Yo en un principio no entendía por qué ella y no yo. Mis jefes se sorprendieron de mi pregunta: “¿Todavía no sabes por qué? Pues porque tú venías a hacer tu trabajo y ella dedicaba algo más de una hora al día a hacer llamadas telefónicas privadas”. Ahí aprendí que estar no es siempre significa trabajar.
Procrastinación, una palabra tan difícil de decir que te apetece dejarlo para más tarde… 😉 Significa exactamente eso: dejar cosas por hacer para un luego indefinido. Es un mal que me cuesta erradicar personalmente… ¿A quién le apetece hacer algo que le resulta tedioso/molesto/incómodo o las tres cosas a la vez? ¡A nadie! Es un defecto que nos hace a todos más humanos. Eso sí, el sentimiento de culpa termina ganando y, de muy mala manera, terminas haciéndolo. Tengo que confesarlo: me cuesta mucho organizar una agenda de visitas. Es duro para el ego (aunque no sea nada personal) el hecho que rechacen la petición de una cita. Con el tiempo lo superas, pero sigues procrastinando cada vez que puedes. No te preocupes: no eres un extraterrestre.
He dejado como último la reunionitis adrede y no, no por querer procrastinar… Es que, de todos los males de las empresas, este es el que más insatisfacciones me ha dado en mi vida laboral. Que levante la mano quien no ha sufrido estar en una reunión donde, o no puede participar para aportar algo o lo que se está discutiendo no tiene nada que ver con el trabajo que estás haciendo o darte cuenta que no hay un guión previsto… o las tres cosas juntas. Todavía recuerdo una de la múltiples reuniones sin sentido que tuve en una empresa importante donde se hablaba del proyecto que estaba liderando (bueno, era la única persona en ese proyecto) y el resto discutió que lo mejor era darle hachazo a esta idea y sustituirla por otra. Al parecer, nadie se dio cuenta que mi puesto de trabajo se iba a ir con él y que yo estaba presente escuchando mi (no) futuro laboral en ese lugar. No se me dio oportunidad de expresar mi punto de vista, ni nada. Muchos dirán que, al menos, se discutió delante mío. Yo, sinceramente, no me sentí para nada agradecida: me sentí como un ser invisible del que no se le esperaba sentimiento alguno, como si la decisión no hiriera a nadie. Y allí estaba yo, escuchando que, en breve, estaría en la cola del paro.
¿Te has dado cuenta que todo está relacionado con el tiempo laboral? ¡Curioso!